
Ante la riqueza semiótica de las pinturas de Julio Díaz Rubio acude a nuestra memoria el análisis que Ernst Gombrich hiciera de la obras de arte. Este historiador hablaba de tres niveles perceptivos que intervienen en la concepción de una imagen y que en la práctica son inextricables: por ejemplo, un motivo de un cuadro de El Bosco puede representar un navío, simbolizar el pecado de la gula y expresar una fantasía sexual inconsciente.

Cada composición de Julio Díaz es resultado de una urdimbre de estratos culturales y psicológicos a partir del lento hilar de referentes visuales (extraídos de las artes plásticas, del cine, de la fotografía…) con su propio poso de experiencias y pensamientos. A partir de fotogramas fílmicos (de películas de Tarkovski o Kubrick), de los que nuestra memoria quizás sólo conserva una imagen evanescente, Díaz reproduce el efecto fugaz de aquella huella visual. Algo similar ocurre con los homenajes que rinde a la pintura barroca española, concretamente a la tradición tenebrista andaluza, cuya iconografía empaña de ambigüedad pero que sin embargo reconocemos por algún elemento que pertenece al inconsciente colectivo, al acervo cultural compartido.

En algunos dibujos, somete iconos cargados de simbolismo (como el Beso de Robert Roisneau) a una libre interpretación de las leyes de la Gestalt, deconstruyendo así esa carga cultural, su influjo social. Como escribía Gombrich la forma en sí misma puede ser también símbolo. Julio radiografía las cadenas de significantes, desmonta sus eslabones y reconstruye nuevas cadenas a su gusto.
Pero no se limita a desplegar inteligentes juegos formales e iconográficos desde una postura distanciada, pues su propio universo íntimo impregna las escenas de modo visceral. Retrata a su círculo de amigos, re-actualizando temas mitológicos tratados por Velázquez (la fragua de Vulcano, las Parcas…) para reflexionar sobre las relaciones humanas, sobre el destino, la violencia, la vejez, los traumas contemporáneos, la soledad, la sexualidad, el engaño, la incomunicación en la pareja… En otras obras, sirviéndose de guiños a Goya o al realismo naturalista de Courbet plantea comentarios críticos a problemas sociales vigentes.

Díaz concede al receptor la tarea de terminar la obra según su propio bagaje y expectativas. Subyacen otras capas de realidad tras el tema representado, algunas procedentes del propio mundo del artista, y otras suplementarias que cada observador proyectará sobre la escena. De ahí su condición de obras siempre vivas.
Anna Adell
Julio Díaz Rubio expone en La Hormiga