Ramón Sanmiquel, pintor de iconos

Santa ÁguedaComo un Fra Angelico contemporáneo, Ramón Sanmiquel consigue un extremo refinamiento con la estilización del trazo, el uso de pan de oro y azules que recuerdan al lapislázuli usado en la pintura renacentista. Pero sus mujeres tocadas con nimbos son de carne y hueso, y poco tienen de beatas. Estas adolescentes no son modelos neutras disfrazadas de personajes bíblicos, sino que a través de esta secularización del simbolismo cristiano el artista penetra en la psicología de cada una de ellas. Los rostros individualizados y la carnalidad de los cuerpos cenicientos poseen una inusual fuerza expresiva. Se entabla un diálogo ambiguo entre los valores inculcados desde la moral católica y la sensualidad pubescente. El grado de perversión que creamos descubrir en estas imágenes sirve de barómetro para adivinar el peso indeleble que esa moral tuvo en nuestra educación.

Al repasar el santoral católico, Ramón recupera significativamente aquellas vírgenes mártires que a pesar de sufrir múltiples vejaciones sexuales siendo raptadas y mandadas a prostíbulos (Santa Águeda, Inés, Serapia…), se resistieron a perder su castidad, según cuenta la leyenda. Pensar que esta selección puede ser deliberada le da una vuelta de tuerca a la reflexión acerca de los tabúes depositados por la cultura sobre la seducción de los cuerpos púberes. Los estigmas que graban su piel y los atributos que acompañan estas adolescentes ironizan sobre este poso de prejuicios.Sara Sentada

En otras acuarelas, estas chicas espigadas se muestran sin pudor en la intimidad de su hogar: desnudas, fumando porros, bebiendo vino o, simplemente, languideciendo en el sofá. Incluso cuando posan como elegantes efigies, conservan la naturalidad de su expresión, a menudo turbia y ausente. Son imágenes en las que paradójicamente conviven sublimación y acritud, franqueza y puesta en escena.  Algunos ven en ellas lolitas frívolas, otros descubrirán en ellas frágiles crisálidas que condensan las complejas contradicciones propias de esta etapa de cambios: anatomías mórbidas y ojos como faros que expresan una colisión que nos es familiar entre la pura desidia y los anhelos iEl Sabuesomposibles, entre la búsqueda de placer y la recreación en el dolor.

En los retratos que Sanmiquel realiza de sus amigos, muchos de ellos figuras emblemáticas del Madrid canalla como Toño Camuñas y Alberto García-Alix, reciben apodos y se acompañan de atributos que revelan guiños personales. Participan de ese subgénero inventado por el artista en el que ironiza sobre los sambenitos con los que carga cada cual.

Paisajes nocturnos de Cristina Fontsaré

En los últimos años, las cámaras fílmicas y fotográficas han desplazado sus objetivos desde los centros urbanos hacia las áreas suburbiales. El cineasta Todd Solonz y el fotógrafo Gregory Crewdson son quizás los exponentes más significativos de esta tendencia que descubre en las zonas residenciales el germen de los traumas contemporáneos. En estos reductos idílicos lindantes con la naturaleza afloran miedos endémicos y deseos incumplidos que el ajetreo metropolitano mantenía silenciados. Crewdson opone a la fotografía instantánea una puesta en escena que simula un fotograma, con lo que refuerza la influencia del imaginario cinematográfico en la construcción de estos sentimientos de desarraigo y frustración.

Cristina Fontsaré no es ajena ni a este tipo de fotografía interesada por la estética escenográfica ni al análisis del potencial psíquico de esos territorios situados en el umbral entre lo natural y el artificio. Pero Cristina se separa de esta tendencia americana en primer lugar por la intervención de lo autobiográfico. Sus series fotográficas nocturnas retratan lugares familiares para la artista, cercanos a su casa o por los que transitaba a diario. A primera vista lo personal parece ausente, pero cuando revisitamos esas imágenes nos damos cuenta que es precisamente esa ausencia lo que delata una presencia siempre latente. A diferencia de las fotos de transeúntes noctámbulos que Philip-Lorca Di Corcia rescata del anonimato y el bullicio bañando sus rostros con halos luz eléctrica, los retratados por Fontsaré no nos hacen sentir voyeurs de una realidad ajena. La artista no trata de individualizar a esos adolescentes; más bien adquieren la inconsistencia de un flash mental. El mismo tratamiento recibe la arquitectura de extrarradio: gasolineras, letreros, piscinas, casas aisladas y polideportivos adquieren tintes espectrales. Como dólmenes postindustriales, su rígida geometría se recorta sobre un cielo azul cobalto, y saturados de luz parecen irradiar los últimos destellos antes de fundirse en la nada.

En estas series (desde Visiones nocturnas a Protect me) acontece cierta desposesión de la realidad inmediata, y en este proceso de extrañamiento la artista abraza otra realidad, huidiza en tanto que está más lejos pero también más cerca, donde lo fáctico, lo recordado y lo deseado son inextricables.

Ya Ballard presagió la inquietante belleza de estas zonas arqueológicas del futuro, cuyo vacío sólo puede ser repoblado por fantasmas interiores. Pero no son fantasmagorías siniestras lo que vemos en las fotos de Cristina sino el fruto de una pausada introspección.

La exposicion Protect me puede verse en el DA2 de Salamanca hasta octubre.

Identidades fluyentes

Toda criatura es tránsito, es suma de instantes irrecuperables. La identidad estable es pura ficción. El cambio opera lento pero sin pausa en nuestro interior y en lo externo, en cuerpo y alma. Los retratos de Joaquín Jara, sean pictóricos, escultóricos o fílmicos, expresan de un modo perturbador ese proyecto perpetuo que es la construcción-deconstrucción del Yo. Sus esculturas sufren un proceso involutivo, logrando la plena reintegración en el ciclo natural, como Dafnes mimetizadas con la maleza, o como efigies funerarias gangrenándose en un jardín por siglos abandonado. En su exposición en curso, Jara trasvasa al lienzo retratos que hizo en Super 8, reincidiendo en su interés por plasmar el flujo matérico, ahora en un medio estático.

Los retratos de Sergio Albiac también concentran las tensiones que se generan entre la realidad anímica y el mundo visible. Los rasgos faciales se erosionan, emborronados bajo miríadas de vectores que tejen una compleja trama de caminos intransitables.  Son bocetos generativos hechos por ordenador que pueden o no culminar en pinturas, porque para Sergio no existe un orden lineal entre idea, esbozo y obra pictórica. Por otro lado, el uso de un programa informático no actúa en detrimento de la espontaneidad. El control aparente que supone el uso de un programa informático se ve desmentido por la intervención del azar en cada una de sus obras. En cada caso entra en juego esa relación ambivalente con la tecnología.

Otro autor que expresa mutuaciones interiores es Kai Takeda. F7 es una representación escultórica de una mujer que se está bajando las bragas que con duras penas pasarán por su pie-pezuña. Es un gesto simbólico para mostrar lo que solemos reprimir. Pareciera una delirante interpretación de las mutaciones genéticas que las radiaciones nucleares pueden ocasionar (sobre todo teniendo en cuenta otras esculturas del artista), pero esta mujer mutante responde a un sentimiento más intimista. Estamos ante la imagen de un hombre que muestra su parte femenina, monstruosa para los demás. El naranja es el color de la puesta de Sol, que dura un instante, suficiente para el cambio. Incide en el aspecto crepuscular, pero también naciente, de la identidad.

Los personajes de Ricard Aymar están presentes como ausencias. Rasgos híbridos o en proceso de desaparición, máscaras que revelan tanto como esconden. Embusteros cuyas narices de Pinocho van creciendo hasta devenir un apéndice fálico que acaba suplantando la identidad silenciada, Ícaros cefálicos que perdieron sus cuerpos antes de levantar el vuelo. Criaturas potenciales, para ellas todo es posible porque nada puede concretarse.

Rosana Sitcha: el rostro como pizarra de arena

rosana-sitcha-expoLos antiguos griegos relacionaban los cuatro elementos naturales con los temperamentos humanos, asociaban los humores con las estaciones, extrayendo de ello caracteres que categorizaban como flemáticos, melancólicos, sanguíneos… según fuera su naturaleza: ígnea, telúrica, acuática o aérea.

Los rostros que pinta Rosana Sitcha nacen de simbiosis poéticas entre la sustancia del ser y el medio natural que lo transforma a cada instante: agua, aire o, simplemente, la calidez lumínica. Resultan de ello imágenes inapresables, huidizas, pues constatan nuestra condición de seres consagrados a esas materias fluyentes o volátiles que las someten al cambio continuo: las gotas de agua licuan las facciones o las atomizan en miles de perlas; el aire arremolina el cabello haciendo de éste criatura pulposa que oculta al retratado a modo de celosía orgánica.

La técnica pictórica de Rosana traduce la eterna fugacidad de toda expresión, condensando en una imagen una sucesión de ínfimas mutaciones apenas perceptibles. En ocasiones es el influjo del mar, su poder arrullador como útero primigenio el que favorece el repliegue en uno mismo. En otras, es el fuerte viento que otorga cierta sensación ingrávida a las figuras lo que las aísla del entorno inmediato invitándolas a una lánguida introspección. La serie “Meditaciones”, por su parte, plantea el estado contemplativo sirviéndose solo del tratamiento lumínico: sombras cromáticas serpentean sobre las facciones serenas, y es en esta colisión entre la calma aparente del semblante y el intenso movimiento anímico que supura como palpitación infraleve donde reside la búsqueda. En definitiva se trata de atrapar la miríada de humores que atraviesan un rostro en un instante de ensimismamiento.

Anna Adell

Ciudades invisibles

París, MontparnasseEs difícil desprenderse de tópicos culturales cuando la industria turística museiza hasta las más anecdóticas costumbres vernáculas. Atsuko Arai ironiza sobre ello al proponernos tours por el mundo sin salir de nuestra propia ciudad: en tu mismo barrio puedes encontrar, si tomas el encuadre mental oportuno, todo un catálogo de ciudades-postal y saciar así tu sed de exotismo. Nos impele a descubrir la singularidad en nuestro entorno y la familiaridad en lo foráneo. También pone su empeño en re-cartografiar el suelo comunitario: abre oficinas de turismo en las que oferta visitas que podríamos llamar psico-geográficas, y rastrea las huellas de lo vivido entre los escombros de la fiebre inmobiliaria.

Se parquematiza todo aquello que no es susceptible de ser estandarizado, de ser convertido en lugar genérico o no-lugar. El único reducto sin conquistar por las políticas patrimoniales es la imaginación de cada uno. Es de ese bastión individual del que se admiraba el emperador Khan al escuchar los relatos de viajes de Marco Polo. “Las ciudades invisibles” son fortalezas inviolables porque no pueden localizarse ni en el mapa ni el tiempo.

Así parece considerarlo también Susi Marques en un video que tituló con ese mismo nombre, “Les ciutats invisibles”. La autora consigue engatusarnos hasta el final haciéndonos recorrer resorts abandonados, zarpar de muelles industriales de algún país asiático, comer en un “dinner”-vagón anclado en algún yermo yanqui. Asistimos a romerías, a bailes con tambores africanos, interrumpimos rezos árabes y paseamos por amplias avenidas que parecen californianas. Seguimos en todo momento a una viajera solitaria de rasgos latinos. Rancheras, guitarras flamencas, tambores africanos, flautas árabes… ambientan cada escenario. Y todo ello sin movernos de Barcelona. Como Arai, Marques se burla de nuestra sed de exotismo encapsulado al tiempo que logra erosionar por un momento la disneyficación del folclore.

a.a.