Toño Camuñas y otros pastiches transculturales, arte sin ataduras

El bestiario medieval revive en las pinturas de Toño Camuñas pero en lugar de atormentar a un santo que se resiste a pecar, los diablillos cuentan con la complicidad de bellas pin-ups de los años cincuenta o geishas que se dejan manosear por crápulas despellejados. Toño recupera carteles vintage, recubre los sensuales cuerpos con tatuajes de calaveras, símbolos ocultistas y parafernalia de tribu urbana. Cada pintura es un cóctel que hace explosionar todo dualismo: placer y dolor, bondad y malicia, atracción-repulsión, alta y baja cultura. En esta mescolanza de amor, humor y muerte se revela su permeabilidad a un sentido tragicómico de la vida típicamente mexicano, su país de adopción que curiosamente ha parido una alma gemela, el Dr. Lakra.

Como el artista oaxaqueño cuyo seudónimo es ya una declaración de intenciones, doctor de lo execrable, también Camuñas adopta una actitud provocadora con su humor lisérgico y sus metáforas zoomorfas a favor de la vagancia y el malditismo.

También Rubén Bonet agrega tatuajes a las imágenes devocionales. Fundador y único miembro del Laboratorio Situacionista Ambulante (LSD) y de la Fundación Adopte un Escritor, la misma irrevercia adopta en su arte plástico. Tomemos los diseños psicodélicos del arte huichol, inspirados en visiones producidas bajo los efectos del peyote, sustituyamos el repertorio chamánico de estos indígenas mexicanos por parafernalia cristiana, incluyamos a políticos y celebridades en el santoral católico, predispongámonos a ver un derivado del art brut, y obtendremos algunas variantes de los acrílicos de Rubén.