Sacris: la individualidad como ilusión

FIGURAatrapadaENsiMISMA1_86x61Seres incompletos y cautivos de sí mismos, los personajes que presiden las pinturas y dibujos de Sacris parecen piezas defectuosas de un tablero de juego, condenadas a quedarse en la cuadrícula que les ha sido asignada. Su propia tara les impide seguir las reglas prescritas pero también les imposibilita abandonar su lugar. Inmovilidad psíquica expresada en su desmembramiento físico, en la inutilidad de sus contorsiones en espacios acordonados por sus propias mentes condicionadas.

El ademán humillado de Eva en el momento de la expulsión bíblica se repite en una serie de figuras con los rostros borroneados u ocultos tras largas cabelleras. El anonimato otorga fuerza alegórica a esta figura que expresa un lastre expiatorio cuya estela, parece decirnos Sacris, sigue coleando.olimpiaDesnuda_122x165

La mujer asume en su obra un papel preponderante mediante la puesta en escena de un calendario vital donde las fechas para desposarse y procrear siguen fijadas de antemano en el inconsciente femenino. Cincuentonas esperando el príncipe azul, veinteañeras acogiendo en su regazo engendros llorosos cuál muñecos de trapo, matrimonios jóvenes cuyos rostros delatan un orgullo alelado por el estatus recién adquirido… un desfile de tipos conformistas que sin embargo denotan dislocaciones flagrantes.

Resuenan las palabras de Huxley en su revisión de Un Mundo Feliz: «estos millones de personas anormalmente normales, que viven sin quejarse en una sociedad a la que, si fueran seres humanos cabales, no deberían estar adaptados, todavía acarician la ilusión de la individualidad, pero de hecho, han quedado en gran medida desindividualizados».

Como contraparte a estas escenificaciones de la farsa cotidiana, en otros trabajos las descendientes de Eva y los vástagos de Adán dejan al desnudo su vulnerabilidad, muestran sus estigmas, exhiben el hueco que se abre entre el rugir de sus entrañas y el parapeto moral.

MUJERyKENTIA_132x114Sacris trastoca las encarnaciones clásicas del ideal de belleza y raciocinio: la Venus del Espejo renuncia a entregarse pasivamente a la mirada del otro para buscar el autoerotismo en soledad; la Olimpia de Manet degenera en amasijo acéfalo, y el Pensador de Rodin se repliega en sí mismo como un Discóbolo dislocado.

El aspecto inacabado de muchas obras dejan al descubierto un proceso de trabajo colmado de forcejeos, arrepentimientos, retrocesos… a modo de tachones, omisiones y mutilaciones; un avanzar a tientas intuitivo pero que deliberadamente oculta ciertas zonas e interpone mirillas para dirigir nuestra mirada, para que espiemos a través de ellas el montaje de lo que llaman realidad.

Anna Adell

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Ramón Sanmiquel, pintor de iconos

Santa ÁguedaComo un Fra Angelico contemporáneo, Ramón Sanmiquel consigue un extremo refinamiento con la estilización del trazo, el uso de pan de oro y azules que recuerdan al lapislázuli usado en la pintura renacentista. Pero sus mujeres tocadas con nimbos son de carne y hueso, y poco tienen de beatas. Estas adolescentes no son modelos neutras disfrazadas de personajes bíblicos, sino que a través de esta secularización del simbolismo cristiano el artista penetra en la psicología de cada una de ellas. Los rostros individualizados y la carnalidad de los cuerpos cenicientos poseen una inusual fuerza expresiva. Se entabla un diálogo ambiguo entre los valores inculcados desde la moral católica y la sensualidad pubescente. El grado de perversión que creamos descubrir en estas imágenes sirve de barómetro para adivinar el peso indeleble que esa moral tuvo en nuestra educación.

Al repasar el santoral católico, Ramón recupera significativamente aquellas vírgenes mártires que a pesar de sufrir múltiples vejaciones sexuales siendo raptadas y mandadas a prostíbulos (Santa Águeda, Inés, Serapia…), se resistieron a perder su castidad, según cuenta la leyenda. Pensar que esta selección puede ser deliberada le da una vuelta de tuerca a la reflexión acerca de los tabúes depositados por la cultura sobre la seducción de los cuerpos púberes. Los estigmas que graban su piel y los atributos que acompañan estas adolescentes ironizan sobre este poso de prejuicios.Sara Sentada

En otras acuarelas, estas chicas espigadas se muestran sin pudor en la intimidad de su hogar: desnudas, fumando porros, bebiendo vino o, simplemente, languideciendo en el sofá. Incluso cuando posan como elegantes efigies, conservan la naturalidad de su expresión, a menudo turbia y ausente. Son imágenes en las que paradójicamente conviven sublimación y acritud, franqueza y puesta en escena.  Algunos ven en ellas lolitas frívolas, otros descubrirán en ellas frágiles crisálidas que condensan las complejas contradicciones propias de esta etapa de cambios: anatomías mórbidas y ojos como faros que expresan una colisión que nos es familiar entre la pura desidia y los anhelos iEl Sabuesomposibles, entre la búsqueda de placer y la recreación en el dolor.

En los retratos que Sanmiquel realiza de sus amigos, muchos de ellos figuras emblemáticas del Madrid canalla como Toño Camuñas y Alberto García-Alix, reciben apodos y se acompañan de atributos que revelan guiños personales. Participan de ese subgénero inventado por el artista en el que ironiza sobre los sambenitos con los que carga cada cual.

Identidades fluyentes

Toda criatura es tránsito, es suma de instantes irrecuperables. La identidad estable es pura ficción. El cambio opera lento pero sin pausa en nuestro interior y en lo externo, en cuerpo y alma. Los retratos de Joaquín Jara, sean pictóricos, escultóricos o fílmicos, expresan de un modo perturbador ese proyecto perpetuo que es la construcción-deconstrucción del Yo. Sus esculturas sufren un proceso involutivo, logrando la plena reintegración en el ciclo natural, como Dafnes mimetizadas con la maleza, o como efigies funerarias gangrenándose en un jardín por siglos abandonado. En su exposición en curso, Jara trasvasa al lienzo retratos que hizo en Super 8, reincidiendo en su interés por plasmar el flujo matérico, ahora en un medio estático.

Los retratos de Sergio Albiac también concentran las tensiones que se generan entre la realidad anímica y el mundo visible. Los rasgos faciales se erosionan, emborronados bajo miríadas de vectores que tejen una compleja trama de caminos intransitables.  Son bocetos generativos hechos por ordenador que pueden o no culminar en pinturas, porque para Sergio no existe un orden lineal entre idea, esbozo y obra pictórica. Por otro lado, el uso de un programa informático no actúa en detrimento de la espontaneidad. El control aparente que supone el uso de un programa informático se ve desmentido por la intervención del azar en cada una de sus obras. En cada caso entra en juego esa relación ambivalente con la tecnología.

Otro autor que expresa mutuaciones interiores es Kai Takeda. F7 es una representación escultórica de una mujer que se está bajando las bragas que con duras penas pasarán por su pie-pezuña. Es un gesto simbólico para mostrar lo que solemos reprimir. Pareciera una delirante interpretación de las mutaciones genéticas que las radiaciones nucleares pueden ocasionar (sobre todo teniendo en cuenta otras esculturas del artista), pero esta mujer mutante responde a un sentimiento más intimista. Estamos ante la imagen de un hombre que muestra su parte femenina, monstruosa para los demás. El naranja es el color de la puesta de Sol, que dura un instante, suficiente para el cambio. Incide en el aspecto crepuscular, pero también naciente, de la identidad.

Los personajes de Ricard Aymar están presentes como ausencias. Rasgos híbridos o en proceso de desaparición, máscaras que revelan tanto como esconden. Embusteros cuyas narices de Pinocho van creciendo hasta devenir un apéndice fálico que acaba suplantando la identidad silenciada, Ícaros cefálicos que perdieron sus cuerpos antes de levantar el vuelo. Criaturas potenciales, para ellas todo es posible porque nada puede concretarse.