Algunas premoniciones de Gilles Lipovetsky sobre el porvenir del individualismo se han visto sutilmente truncadas desde que las expusiera en los años ochenta. Si bien seguimos viviendo en una era vacía, sin valores a los que aferrarnos, la indiferencia hedonista hacia el mundo de la que hablaba el autor ha tocado fondo. La evasión de lo social ya no es factible. Las promesas de aislamiento a la carta, seleccionando desde nuestro cubículo emocional aquellos canales de información que más se adecuan a nuestro ánimo peregrino, ya no se cumplen.
Cuando la realidad exterior agrede lo personal ya no se puede soslayar. Cuando la propia subsistencia del arte se ve amenazada, no es raro que el artista acuse un mayor compromiso con lo social. Pero sólo desde el escenario se puede abordar lo real. Raisa Maudit escenifica en sus proyectos la insostenibilidad del narcisismo auspiciado por el tardo-capitalismo. En Y fueron felices y comieron perdices… partía de una cita extraída de La era del vacío para expresar con altas dosis de humor esa contradicción entre el ansia de soledad generalizada y la dificultad de soportarse a uno mismo. Salvaje de corazón también ponía en escena la imposibilidad de sentir más allá de las palpitaciones del propio ego consumista. La propia artista interpreta en cada caso los diferentes papeles con los que caricaturiza la laxitud contemporánea.
Abundan en su imaginario alegorías escatológicas y sexuales con las que ironiza sobre la abulia existencial (la trivialidad de las relaciones en Conformismo del meta-amor plástico), pero también sobre el estado paupérrimo en que se encuentran los artistas: Raisa convertida en un “bebé gigante” para ilustrar el trato que reciben los artistas dentro del andamiaje institucional y mercantil; Raisa siendo entrevistada como artista estrella en una prestigiosa Feria de Arte, apareciendo magullada y violada (pero contenta) ante la cámara; o la “residencia masturbatoria” de artistas en casa de Raisa. En fin, los artistas como pajeros mentales, onanistas, masoquistas… afortunados por disfrutar trabajando.
Como artista pirata, Maudit se masturba con una langosta de Jeff Koons o usurpa el lugar de la modelo de François Boucher en Desnudo sobre abismo. Si en sus citas a Koons se adivina cierta admiración hacia el doble juego de este artista (sarcástico con el sistema que lo encumbra), la apropiación del cuadro de Boucher le sirve para ironizar sobre la náusea de sentirse al borde de un precipicio vital. La pasividad de la modelo-fetiche repantigada en el sofá sustituida por una provocativa vedette desafiando al abismo. Raisa reivindica la naturaleza subversiva de los personajes duales, también en sus alusiones al cine de David Lynch (Laura Palmer o Isabelle Rossellini en Blue Velvet).
La artista incita a la acción en cada uno de sus proyectos. En el work-in-progress La cultura del suicidio invita a los espectadores a escribir cartas, redactar su visión personal del aluvión de suicidios, hablar sobre sus propias experiencias y las de sus allegados. También imparte charlas abiertas y, en definitiva, reflexiona sobre el sentimiento colectivo de fracaso. Lipovetsky decía que la conciencia narcisista era incompatible con la idea del suicidio, que el hombre postmoderno se deprimía pero no se quitaba la vida porque el sentido trágico era cosa del pasado. Pero la política de la seducción, que lo ha mantenido a raya hasta ahora, ha dejado de ser operativa.